Arte supiscuo



Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Julio Cortázar, Rayuela.



Orquesta Mondragón, Tres Marías.


Eslovando de cema la ñuipera
Binotera sin dácil timisfora.
Escandora la tarca mi tandrora
Si es la minoa la cadán la ripera.
Erto mus muna y guise de la elvera
El esdatio extoplana en la emanora.
La coroban las tracas de nesora
Como tor gemitila la danpera.
Incibaca toseno con isrierno
El recillo queriebra la ramida
Molo bacras alneman el operno.
Exnopía la muba de la cida
Epijaque racines beresente
Lamareco de lose pucha buente.

Fernando Arrabal, Cumatepán.


Ver también Nevada, de Ramón Gómez de la Serna.

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