Fergus Gwynplaine MacIntyre


 

El 25 de junio de 2010, Fergus Gwynplaine MacIntyre se suicidó prendiendo fuego a su apartamento de Nueva York, a los 59 años. Este personaje, reconocido autor de relatos de ciencia ficción y experto cinéfilo, consiguió involucrarme en una de sus numerosas historias.

Corría el año 2003 y yo estaba preparando un portal web dedicado a un personaje mitológico judío, el Golem. Eso me valió, entre otros reconocimientos, presentar la película de 1920 en las Jornadas de cine mudo de Uncastillo. En el apartado de la página sobre las versiones cinematográficas del Golem, incluí un filme que oficialmente se da por perdido: El Golem y la bailarina, de 1917.

Pero hete aquí que un comentarista de esa película en la base de datos del cine (IMDb) daba muestras inequívocas de haberla visto. Se trataba de Fergus Gwynplaine MacIntyre, con el que me puse en contacto. En una amable carta de respuesta, me explicó que trabajaba para un millonario amante del cine, recorriendo archivos remotos para localizar filmes perdidos. Pero no sólo eso: se declaraba honrado por recibir noticias mías, asegurando que había seguido mis artículos sobre cine en internet, y me invitaba a conocer dos de sus libros: la novela de terror “Una mujer entre dos mundos” y el diccionario mitológico humorístico “Bestiario improbable”.

Yo, que había publicado mi propio diccionario mitológico humorístico (“Me importa un mito”), me sentí feliz: un escritor avalado por Isaac Asimov me revelaba ciertos secretos cinéfilos y se declaraba lector mío.

Hoy me he enterado de su muerte, hace ya tres años, y de su chifladura. Algo debí intuir cuando se me quejó de que en el número 5 de la revista La inCineradora yo “quemase” la figura de Charlton Heston, del que él declaraba ser amigo y correligionario en la Asociación nacional de Rifle.

En resumen: este inteligente escritor era un experto en crear realidades paralelas. Según se puede leer en el foro sobre cine clásico Nitrateville, se dedicó a insertar comentarios falsos sobre películas mudas perdidas, documentándose profusamente en la Biblioteca de Nueva York. Varios afectados por la increíble locuacidad de este curioso tarado cuentan allí historias similares a la mía. Realidad y ficción, el temazo eterno.

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